Variables De Deterioro Ambiental:
Humedad Relativa Y Calor:
El problema de la degradación medioambiental del papel

Por
Arsenio Sánchez Hernampérez
Laboratorio de Restauracion
Biblioteca Nacional

El lunes quema a Millay, el miércoles a Withman,
El viernes a Faulkner, conviértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas.
Este es nuestro lema oficial.
R.Bradbury. Farenheit 451.

RESUMEN

Las variables ambientales producen graves problemas de alteración a los documentos de archivo y biblioteca. Desde hace algunos años diferentes autores han tratado de concretar tasas que evitaran o al menos, ralentizaran este proceso de degradación. El autor intenta hacer una revisión de los problemas que la humedad y la temperatura ocasionan al material documental por excelencia, el papel, y revisar algunas de las propuestas que se han realizado. Rechazando la rigidez de los márgenes establecidos, propone una mayor adecuación de las tasas a los casos reales y al historial ambiental en el que se han conservado los materiales.

1. Introducción.

Uno de los puntos en los que parece existir mayor acuerdo en el campo de la conservación del patrimonio documental es en el de la necesidad de controlar las variables temperatura y humedad como forma eficaz de ralentizar el deterioro. Desde hace más de veinte años, diferentes autores se han dedicado al estudio de las variables ambientales, llegando a la conclusión de que fuera de unos márgenes de seguridad, se producen reacciones químicas perjudiciales acompañadas -no siempre- de fenómenos biológicos de alteración, de forma que la vida potencial de los documentos se ve sensiblemente reducida.

La aparente facilidad del estudio ambiental oculta una realidad compleja, puesto que la dinámica de sus variables es enormemente complicada y sumamente difícil de controlar. Las principales cuestiones que se plantean son aparentemente sencillas: ¿Cual es la temperatura y la humedad óptima para la conservación de los libros?, ¿existen diferencias diarias, semanales y anuales?, ¿a qué son debidas estas diferencias?, ¿es necesario modificarlas?, ¿cual es el mejor sistema para tomar mediciones?, ¿qué efectos tienen sobre los documentos?, ¿debemos actuar sobre las temperaturas o sobre las humedades relativas?. Cada respuesta parece abrir nuevas dudas, llegando al extremo de que puede ser prácticamente imposible delimitar una serie de prioridades al establecer las líneas maestras de actuación.

La estabilidad climática de las salas de depósito está directamente relacionada con la climatología de la zona y de la época del año, la arquitectura y tipo de edificio, el tamaño de las salas, la presencia o no de trabajadores e incluso con la disposición de los ejemplares y de las estanterías. Las diversas causas inciden produciendo notables desequilibrios y por ello el mero registro de los datos no es suficiente para justificar una determinada política medioambiental.

A pesar de que temperatura y humedad relativa son términos habituales en el vocabulario de conservadores y bibliotecarios, a veces no son comprendidos en su relación con los materiales documentales. He creído interesante plantear esta reflexión partiendo de la explicación de los términos, tratando las dos variables de forma aislada para pasar más tarde a estudiarlos de forma conjunta, pues de esta forma, los fenómenos aparecen más claramente comprensibles, aún a riesgo de repetir aspectos ya conocidos o excesivamente elementales. Por otra parte, uno de los problemas que he encontrado en la bibliografía es la desvinculación de las variables climáticas de los problemas que originan al papel, el tratamiento marginal con el que suelen ser tratados en estudios especializados ocultan su verdadera dimensión y pocas ocasiones son considerados como los elementos clave en el deterioro de los materiales bibliográficos y documentales. Ello me servirá para introducir un apartado dedicado a las cuestiones metodológicas, principal causa de las discrepancias entre los autores y punto de reflexión obligado a la hora de sistematizar cualquier disciplina, para pasar más tarde a señalar algunas cuestiones prácticas del control termohigrométrico.

2. La humedad.

El agua es esencial para la vida y forma parte de todo lo que nos rodea. La podemos encontrar en los diferentes estados de la materia, aunque la que aquí nos interesa es en su estado gaseoso. La atmósfera está compuesta por diversos elementos, predominando el nitrógeno, el oxígeno y el argón y otros en menor proporción, como el anhídrido de carbono o el agua. Desde el punto de vista de la conservación de los bienes culturales ésta última, junto a los gases contaminantes liberados por los motores de explosión y la maquinaria industrial, constituye el problema más importante del deterioro de los materiales orgánicos.

Dentro de un edificio, el vapor de agua puede llegar por diferentes caminos: Por vía exterior en el caso de lluvia, nieve, atmósferas muy hidratadas o terrenos húmedos o por vía interior, principalmente a causa de la capilaridad que ofrecen muros, tejados y suelos, por las labores de limpieza y por la respiración humana --un hombre en reposo produce cerca de 20 gr de vapor de agua a la hora-- [GUICHEN, 1984]. Dependiendo del grado en el que ésta intromisión se produzca los ambientes mostrarán una tendencia seca o hidratada. Ello tiene una enorme importancia en el caso de los soportes orgánicos y en especial del papel, el cuero y el pergamino, pues al tratarse de materiales altamente higroscópicos son capaces de absorber o desabsorber humedad para llegar a un equilibrio con la atmósfera circundante. Las consecuencias del intercambio objeto-ambiente son tres tipos diferentes de reacciones: Cambios de tamaño y forma, reacciones químicas y biodeterioro [THOMSOM, 1978]. Por ello, desde hace años la humedad excesiva ha sido considerada como el agente más importante en la degradación de los materiales [PLENDERLEITH Y PHILIPOT, 1960].

El primer problema que se plantea al conservador de bibliotecas es el de cómo cuantificar el calor o la humedad presente en un área determinada. Evidentemente, las apreciaciones sensoriales no son suficientes para el análisis de los fenómenos naturales. Afirmaciones como "el ambiente está húmedo" o "hace calor" no reportan mayor interés que conocer apreciaciones claramente subjetivas del observador en un momento dado y por ello los físicos y los químicos han desarrollado determinadas escalas de medición útiles para analizar los fenómenos cuantitativamente. En el caso de la humedad, existen diversas formas de conocer la cantidad de agua existente en el aire. La primera de ellas es la tasa de humedad absoluta, cociente de la dividisión del peso del agua por el volumen de aire que lo contiene (gr/m3). Este indicador no es válido para nosotros o, al menos, en primera instancia, pues dependiendo de su temperatura, la atmósfera es capaz de almacenar una mayor o menor cantidad de moléculas de agua. Por ello se ha empleado de forma más habitual un segundo sistema de cálculo, consistente en relacionar la humedad absoluta con la humedad que es capaz de contener un volumen de aire a esa misma temperatura, es decir, al 100% de su capacidad. Esto es lo que se conoce como humedad relativa (HR) y se obtiene mediante la siguiente fórmula:

                       humedad absoluta
    hr = --------------------------------------------  X 100
            humedad máxima a esa temperatura

Todos los estudios realizados sobre humedad ambiental vienen referidos al porcentaje HR del aire. Esto encierra un peligro que a la larga puede tener consecuencias nefastas. No debemos olvidar que a diferentes temperaturas e iguales humedades relativas, el mismo objeto puede estar sufriendo una desecación o una hidratación. Por ejemplo, si tenemos en cuenta que para la aparición de hongos son necesarias tasas de 70% HR a 20ºC [HOOD LEE, 1988] equivalentes a 10.1 gr. de agua por metro cúbico de aire, a 25ºC sólo es necesario un porcentaje del 53% para obtener la misma humedad absoluta. Mantener inalterables los índices de RH sin reducir la temperatura podría tener serias consecuencias para la estabilidad de los objetos. Por ello, la tasa de humedad relativa nunca debe ser contemplada de forma aislada, sino que ha de servir como base o punto de referencia para un análisis ambiental más complejo.

La importancia de la humedad ambiental radica en su relación con la propia estructura del papel, de la que es uno de sus contituyentes principales. La capacidad de los materiales celulósicos para fijar el agua está ligada a la existencia de grupos hidroxilos OH en su composición molecular. Éstos se unen a las moléculas de agua por valencias secundarias polares y por enlaces de puentes de hidrógeno muy resistentes, de forma que aún en caso de extrema sequedad, el papel contiene una cierta cantidad de líquido que resulta imposible eliminar.

Las fibras de una hoja de papel están compuestas de diversos polímeros entre los que destacan la celulosa, la hemicelulosa, la lignina y otros compuestos distribuídas en torno a tres paredes celulares en las que predominará uno u otro elemento dependiendo del vegetal del que se ha obtenido la materia prima y del tratamiento químico al que fue sometida durante la fabricación. En cada una de las paredes existe un elevado número de cadenas de celulosa agrupadas formando filamentos largos y delgados llamados microfibrillas donde, a su vez, coexisten dos zonas claramente diferenciadas. En la primera, conocida con el nombre de zona cristalina, los polímeros celulósicos presentan una disposición altamente ordenada, mientras que en la segunda, se encuentran menos ordenadas y por ello recibe el nombre de región amorfa o paracristalina. Esta disposición, incide directamente en las relaciones que las diversas partes de la fibra mantienen con el agua. Cuando forma parte de los grupos hidroxilos que se sitúan en el interior y en el exterior de las zonas amorfas y en la periferia de las zonas cristalinas, su peso es del 3 al 4% del total y es indiferente a los cambios de humedad por influencia de la atmósfera. Sin embargo, fuera de la molécula de celulosa, el agua está presente en exceso en el interior de las fibras e incluso en el interior de las fibrillas que forman parte de las regiones amorfas --conocida como "agua capilar"--, no se encuentra fijada al polímero de celulosa y es objeto de continuos cambios dependiendo de las condiciones atmosféricas. Su peso está comprendido entre el 4 y el 25% del total, dentro de un abanico de humedades relativas del 35 al 100%. Finalmente puede existir un exceso acuífero conocido como "agua absorbida" o de "saturación", poco relevante desde el punto de vista de la conservación ambiental, que rellena los poros de las fibras y apenas se asocia a la celulosa, siendo posible eliminarlo con facilidad [MARTÍN, 1965].

Además de el papel que el agua juega a nivel molecular, su importancia es extraordinaria a nivel fibrilar. Las fibras de una hoja se mantienen unidas mediante enlaces de hidrógeno celulosa-celulosa. Estas uniones naturales desaparecen al elevar o disminuir la humedad relativa. Según estudios de Harrington [cit. por CASEY, 1991], la resistencia de los papeles sometidos a una carga cíclica en humedades relativas que varían del 10 al 90%, disminuye en los valores extremos pero aumenta en los niveles medios. De aquí se extrae la conclusión de que tanto las humedades relativas altas como las bajas, tienen una repercusión negativa en la plasticidad de las fibras y, mientras que las humedades relativas intermedias son las que más favorecen el uso del papel, la sequedad puede provocar debilitamiento y friabilidad. Como veremos más adelante, esta afirmación debe ser relativizada, pues humedades relativamente altas favorecen el uso, pero a largo plazo pueden provocar deterioro químico al soporte y a los elementos sustentados .

3. El calor.

El segundo factor de alteración ambiental que examinaremos aquí es el calo. Para evitar confusiones definiremos el concepto "calor" como la energía que se produce en los cuerpos por el movimiento de sus moléculas. Su intensidad depende de la velocidad de su movimiento y del número de moléculas implicadas. Llegando al cero absoluto (0ºK ó -273ºC), el movimiento se paraliza. El concepto "temperatura" se refiere a la escala o grado de intensidad de calor.

La relación entre temperatura de almacenaje, papel y deterioro ha sido minuciosamente estudiada desde el siglo XIX. La constatación de que obras de una misma edición presentaban o no un avanzado estado de descomposición química dependiendo de las temperaturas de las salas de depósito permitieron deducir la existencia de una estrecha relación entre el deterioro y el calor. Para conocer los mecanismos que gobiernan el deterioro térmico del papel, los químicos utilizaron las bases que les proporcionaba una rama de la químico física denominada termodinámica. Todas las especulaciones realizadas desde entonces sobre el deterioro ambiental de las colecciones documentales se basan esta disciplina y, en especial, en uno de sus instrumentos más conocidos, la ecuación de Arrhenius, gracias a la que se puede conocer cuantitativamente la velocidad de una reacción química dependiendo de la temperatura. En este sentido, los trabajos de Barrow --especialmente [BARROW, 1963] encaminados a conocer la velocidad de la alteración dependiendo de la temperatura, la materia prima y el pH, supusieron un gran avance. Este autor realizó una serie de experimentos en los que se expusieron papeles de diferentes épocas y calidades a temperaturas comprendidas entre 60º y 120º en atmósferas secas, de forma que dedujo que cada 20ºC la estimación de vida de un papel crecía o decrecía 7.5 veces. Desde entonces, los conservadores y bibliotecarios utilizaron esta predicción para justificar sus recomendaciones de bajas temperaturas en las salas de depósito.

El cálculo de vida media a determinadas temperaturas está bien desarrollado por Smith [1969], utilizando para ello los trabajos realizados por Browning y Wink. En él nos basaremos para explicar este método. Idealmente, la vida media de un papel de calidad conservado a 60ºC sería de un año. Sustituyendo los términos de la ecuación de Arrhenius

          k2              Ea                   T2 - T1
    log10 --    =    ------------     =    ----------------
          k2            2.303R                 T2 T1

por valores experimentales, podremos determinar la vida media de los documentos por ejemplo, a 20ºC. El log10(k1/k2) es el logaritmo en base 10 del radio de escalas de reacción, k2 a 60º y k1 a 20º; Ea es la energía de activación, calculada en 30,000 calorías por mol; R es el gas constante a 1.986 calorías por 1ºC por mol, T2 es la temperatura más alta en grados Kelvin (273º+60ºC) y T1 es el cero absoluto ó -273ºC. De esta forma, podemos determinar que:

           k2                30,000        333 - 293
    log10 ----    =    ----------------  -------------- = 2.69
           k1            2.303)(1986)      (333)(293)

El antilogaritmo de 2.69 es 490 -la vida media a 20ºC es 490 veces la vida media a 60ºC- o, lo que es lo mismo, la vida media a 60ºC es el 0.2% del valor a 20ºC. Así mismo, Smith estableció una tabla de vida media dependiendo de las temperaturas (TABLA 1).

Aunque las estimaciones de vida e incluso las extrapolaciones a la realidad de los mecanismos de deterioro observados en los procesos de envejecimiento artificial y en la ecuación de Arrhenius parecen ser objeto de profundas revisiones, especialmente en lo que a la dinámica y los tipos de reacciones se refiere [STRÖFER HUA, 1990], [WILSON & PARKS, 1979], se ha

Tabla I. Efecto de las temperaturas en la impermanencia del papel. Según Smith, 1969:185 (modificado).
Temp. enºC Vida media. Temp. enºC Vida media. Temp. enºC Vida media.
60 1 25 204 10 3.100
50 4.1 22.5 320 5 7.900
40 18 20 490 0 21.000
35 40 17.5 760 -10 170.000
30 88 15 1.200 -20 1,7 m.a

admitido de modo general que, efectivamente, existe una relación entre el calor y la estabilidad del papel, debiendo aceptar como imprescindible la adopción de ciertas medidas de precaución y mantener las tasas de temperatura en los límites más bajos posible siempre que sean compatibles con las actividades habituales de este tipo de instituciones.

4. Relaciones documento-variables termohigrométricas.

Una vez que hemos visto los mecanismos que regulan el intercambio de energía calórica y de la humedad entre los documentos de papel y la atmósfera y la importancia que éstos tienen en el comportamiento de los materiales documentales, creo necesario describir algunos de los procesos de alteración ambiental más importantes. Antes de nada, es necesario precisar que el deterioro es imparable, todo está abocado a su destrucción y, por el momento, no existen fórmulas magistrales que permitan conservar eternamente los soportes de nuestro legado cultural. Durante milenios, la memoria fue el único sistema de conservación de la cultura de los pueblos ágrafos y la transmisión de los conocimientos se hacía de viva voz. Muchos datos y personajes, los que eran considerados más irrelevantes, se fueron perdiendo a través de las distintas generaciones. Nuestro sistema es más efectivo en este sentido pero, evidentemente, no es perfecto. La inquina y la dejadez están arruinando diariamente toneladas de documentos en todo el mundo y, si desde el punto de vista de la destrucción natural no podemos hacer nada, sí tenemos posibilidad reducir la velocidad en la que esta destrucción se produce. En alguna ocasión he llegado a oír que si los documentos habían aguantado siglos de variaciones climáticas, suciedad y dejadez, ahora el deterioro no sería mayor al encontrarse en modernos depósitos. Esto supone un desconocimiento total de lo que está pasando hoy en día. La sociedad industrial ha generado toneladas de gases contaminantes, polvo oxidante y suciedad que no existían hace tan solo cien años, por tanto, los ritmos de alteración son muy superiores a los de hace cien o ciento cincuenta años, máxime cuando uno de los mayores problemas del calor y de la humedad es que multiplican sus efectos destructores en presencia de sustancias químicas degradantes. En este sentido, el control ambiental de las salas de depósito se ha convertido en la máxima prioridad y por ello, debemos minimizar en lo posible el impacto que éstas puedan tener sobre la documentación.

La humedad intensifica los procesos de envejecimiento del papel y los colorantes al constituir el medio en el cual se realiza el intercambio de energía regulando la orientación e interacción de las moléculas que entran en reacción. Las tasas altas de humedad favorecen la penetración de gases como el oxígeno y otros gases activos [PRIVALOV, 1974]. Variaciones de la misma en un depósito cerrado acompañadas de temperaturas constantes -o a la inversa- provocan diferentes presiones atmosféricas que acentúan los efectos perniciosos de la humedad al facilitar su penetración. Ello repercute directamente en la estabilidad de los soportes. La acidez y la oxidación de la celulosa encuentran en los ambientes cálidos y húmedos el medio idóneo para su desarrollo, dando lugar a soportes amarillentos y quebradizos. Tasas de humedad relativa por encima del 10% provocan amarilleamiento y pérdidas de color en el papel ácido, en manuscritos, acuarelas y tintas modernas, fenómenos que comienzan a producirse en los materiales fotográficos a partir de 0% de HR. La resistencia al plegado, uno de los índices de calidad del papel, disminuye vertiginosamente a medida que aumenta la humedad relativa ambiental. En una temperatura constante de 90ºC, la vida de los papeles decrece de 49.8 días -en humedades relativas del 40%- a 21.1 días -en tasas del 60%-, debido a que el aumento de la humedad ambiental repercute directamente en la del papel, incrementando considerablemente las reacciones de acidez y oxidación [MICHALSKY, 1992].

El efecto pernicioso de la humedad y el calor no sólo se reduce a la desestabilización de los soportes, sino que afecta de manera significativa a los elementos sustentados. Ciertamente, la mayor parte de los casos de empalidecimiento o cambios de color deben ser achacados al exceso de humedad y no como se ha supuesto generalmente a un exceso de exposición a fuentes luminosas indeseables. El oxígeno atmosférico juega un papel esencial en los procesos de decoloración de los colores a la anilina, principal sustancia empleada en la actualidad para la fabricación de tintas y, si bien su porcentaje es constante en la atmósfera -en torno al 20%-, su concentración real en las fibras depende de la humedad del papel. A temperatura ambiente -20ºC- las posibiblidades de reacción son bastante reducidas, pero al aumentar la presencia de agua, la reacción de decoloración es rápida e irreversible, pues las fibras se dilatan, las dimensiones capilares aumentan y la difusión del oxígeno se produce con mayor facilidad [PRIVALOV, BOBKOVA & KUROEDOVA, 1974].

Hemos hablado de la importancia de mantener las tasas de temperatura y humedad en los valores más bajos con el fin de reducir la velocidad de las reacciones deteriorantes, pero tan importante es esto como evitar las variaciones. Desde que se establecieron los parámetros de seguridad ambiental, los diferentes autores vieron la necesidad de admitir unos márgenes de seguridad que no debían ser superados que generalmente se encuentran entre + 2ºC y de 2 a 6% de HR. Si bien esta afirmación es importante, la amplitud de las variaciones debe de ser matizada. Resulta paradójico que las variaciones admitidas no excedan del 2% cuando la mayor parte de los fabricantes de termohigrógrafos admiten márgenes de error en sus aparatos del 4% [ANTOMARCHI Y GUICHEN, 1974]. Sin embargo, bajar la guardia con respecto a las variaciones puede ser peligroso, pues éstas se han revelado como uno de los elementos más perniciosos. Las oscilaciones de temperatura apenas afectan a la estabilidad dimensional de los objetos documentales --aunque sí a la estabilidad química como hemos expuesto arriba-, pero variaciones de +1ºC repercuten directamente sobre la humedad, aproximadamente en un + 4%. A pesar de ésto, las temperaturas son fácilmente controlables y los esfuerzos deben dirigirse al control de la humedad, aspecto sobre el que hace incapié [THOMSON, 1978].

Las variaciones de humedad causan notables dilataciones y contracciones en los materiales documentales dañándolos físicamente, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de materiales complejos con diferentes coeficientes higrométricos de dilatación. Un ejemplo extremo, aunque no inusual, seria un manuscrito miniado y encuadernado Por un lado está la encuadernacion, con tapas de madera, cubierta de cuero y guardas en papel y/o pergamino y las costuras, presentando cuatro coeficientes distintos. Por otro, el propio manuscrito, en el que es probable que se alternen soportes diferentes, es decir, papel y pergamino ­dos coeficientes­. En los elementos sustentados habria que diferenciar la preparacion, el oro y las tintas que, en algunos casos, presentan grosores de cierta entidad ­tres coeficientes. De esta forma encontramos hasta 9 coeficientes de respuesta higrometrica diferentes en un mismo objeto. Muchos de los problemas físicos de los manuscritos están asociados a siglos de dilataciones y contracciones haciéndose visibles los daños en forma de deformaciones, craquelados, reventamientos en las costuras o, incluso roturas parciales en los soportes. Por otra parte, la permanencia de los materiales decrece sensiblemente con las variaciones de humedad, siendo inferior incluso a la que se obtendría en tasas estables del 60%, puesto que los ciclos absorción-desabsorción se ven acompañados de pequeños incrementos en la cristalinidad de la celulosa a causa de las reacciones de hidrólisis, reflejándose en una pérdida de resistencia, en la caída caída del índice pH y en el amarilleamiento [SAHANI, Ch.J., HENGEMIHLE. F.H., WEBERG, N. 1989].

En cuanto a la proliferación de hongos o plagas de insectos, de todos es conocido que la aparición de este tipo de alteraciones está directamente relacionada con humedades y temperaturas excesivamente altas -un magnífico estudio sobre el tema se puede encontrar en [WOOD LEE, M., 1988]-, aunque se ha señalado que además es condición imprescindible la falta de renovación de aire en los depósitos. Si bien la mayor parte de los organismos patógenos para los documentos suelen desarrollarse dentro de humedades ambientales superiores al 70%, no debemos olvidar que el papel tiene una humedad propia suficiente para el desarrollo de fenómenos biológicos de alteración siendo conveniente, una vez más, recomendar tasas de humedad sensiblemente bajas. La mayor parte de los problemas biológicos pueden ser controlados actuando sobre el medio ambiente, aunque todavía parece tener fuerza la idea de que este tipo de males sólo pueden ser solucionados mediante el uso de pesticidas o fungicidas como el óxido de etileno, el paraformaldehído o el paradiclorobenceno. El uso de estos productos ha sido, hasta hace unos años práctica habitual e, incluso preceptiva o rutinaria en bibliotecas o archivos, pero sólo sirven para afrontar situaciones límite a cambio de la introducción de sustancias perniciosas para la salud de usuarios y trabajadores y dañinos para el medio ambiente. Por el contrario, forzar la aireación de las salas reduce significativamente los riesgos de aparición de hongos incluso en depósitos con humedades relativas cercanas al 90%.

5. Problemas metodologicos y prácticos.

Desde que se crearon en algunos museos los primeros laboratorios de investigación aplicada a finales del siglo pasado, la conservación ha intentado afianzarse como una ciencia formal. Este interés coincide con la apoteósis del método positivista y su adopción por los conservadores de museos marcando significativamente el trabajo desarrollado, de forma que la mayor parte de las investigaciones realizadas en materia de conservación siguen los postulados del empirismo lógico. El gran problema que se desprende de este hecho es que ha proliferado una idea mecanicista de los problemas de conservación. La realidad para estos investigadores se compone de hechos independientes y, por tanto, no existen inconvenientes a la hora de trasladar a la realidad práctica los resultados experimentales obtenidos en los laboratorios, que tienen el valor de universales. Desde este punto de vista resulta evidente que para proporcionar resultados "científicos" sobre temperatura y humedad sólo debemos aislar estas dos variables y realizar muchas observaciones para de ahí dar un salto mortal y enunciar generalizaciones sobre objetos y situaciones reales. El hecho de la disparidad de cifras existentes en la bibliografía y las contradicciones entre lo que resulta adecuado o no, es una clara demostración de que este marco de investigación es claramente insatisfactorio.

Antes aludíamos a la crítica que en los últimos años se viene haciendo de las previsiones de vida del papel basándose en el modelo ecuacional de Arrhenius. Ciertamente es muy difícil extrapolar los resultados del laboratorio a los de la vida práctica, más si tenemos en cuenta que los test realizados ---el caso de Barrow es paradigmático-- se centran en sistemas cerrados en los que se dominan una o dos variables. Sin embargo, el papel y por extrapolación el cuero y el pergamino son materiales complejos y su calidad y permanencia dependen no sólo del pH o de la temperatura de almacenamiento, sino de una serie todavía no delimitada de características constituyentes. Variaciones en la materia prima e incluso en la maquinaria con que ha sido manipulada provocan diferentes calidades de papel con permanencias y comportamientos físico-mecánicos muy diferentes [DWAN, 1987], de forma que resulta casi imposible predecir la durabilidad de un documento atendiendo únicamente a las variables humedad-calor, pH y materia prima, máxime si tenemos en cuenta que el grado de correlación existente entre el envejecimiento natural y el acelerado no puede ser jamás perfecto. Diversas situaciones de envejecimiento natural conducen a resultados diferentes y, hasta el momento, no se han establecido condiciones de envejecimiento artificial que se ajusten a esta diversidad [WILSON & PARKS, 1979]. Esto nos lleva a pensar si, a pesar de la afinidad que parece existir, las reacciones observadas en los laboratorios pueden ser extrapoladas a la realidad.

Estas objeciones son igualmente válidas en el caso de las tasas y variaciones consideradas aceptables para la permanencia del papel con el inconveniente de que la mayor parte de éstas se obtuvieron teniendo en cuenta necesidades prácticas muy diferentes a la conservación, especialmente en el campo industrial y militar y siempre para materiales modernos [ANTOMARCHI & GUICHEN, 1987]. En otros casos las normas se ajustan a la legislación sobre higiene y seguridad en el trabajo que, si bien pueden ser comprensibles en determinados locales, no lo son en el caso de los depósitos de alta seguridad. Todo esto ha llevado a un caos de cifras y de interpretaciones. Mientras que la escuela americana se maneja cifras de 13 a 18ºC y tasas de HR de 55-60%, la escuela francesa es más rígida y propone temperaturas de 18-20ºC y HR de 45-50, mientras que la italiana da valores de 16 a 20ºC y entre 45 y ¡65%! HR. La crítica formulada por Antomarchi y Guichen es, en este sentido, muy acertada al rechazar la rigidez de los marcos propuestos por los diferentes autores y reconocer la necesidad de un planteamiento sistémico del control ambiental, siendo necesario tener en cuenta los materiales, las técnicas de elaboración, el pasado del objeto y las alteraciones sufridas. Aunque el estudio de estos autores está referido a objetos de museo y no específicamente a documentos de archivo y biblioteca, creo que sus recomendaciones pueden ser aplicadas a este tipo de materiales. Por otra parte, no debemos olvidar que bibliotecas y archivos son conjuntos heterogéneos de materiales con comportamientos higrométricos y térmicos muy diferentes, que las condiciones ambientales no son las mismas para todos, siendo necesaria la búsqueda de índices de compromiso que abarquen un espectro amplio de materiales [WESSELL, 1970]. Ciertamente puede ser complicado tener en cuenta todas estas particularidades en el caso de los objetos bibliotecarios y por tanto debe imponerse, la prudencia. ¿Cómo adecuar estas necesidades a las posibilidades reales de los archivos y bibliotecas? Ciertamente, la respuesta no es sencilla, pero la adecuación de las constantes a valores bajos y equilibrados, siempre dentro de los márgenes a los que tradicionalmente se encontraron las piezas, puede ser la más viable. No existen márgenes rígidos, sino que varían incluso dentro del mismo edificio. Por ejemplo, he recomendado tasas 18 a 20ºC con humedades relativas del 30-35% para las salas de depósito de Bellas Artes y algo superiores -entre 40 y 45%HR- en el Depósito General de la Biblioteca Nacional, respetando las mediciones que he recogido en los últimos dos años. En otros casos, en los que las tasas de HR son muy elevadas, se debe actuar sobre la variable temperatura haciéndola descender y forzar la aireación de las salas para evitar condensaciones en los documentos. Reducir en estas situaciones la humedad ambiental bruscamente puede tener graves consecuencias para su estabilidad inmediata.

Un tercer punto de reflexión lo constituye la calidad de los datos obtenidos. Existe la creencia generalizada de considerar los registros como fiel reflejo de la realidad, cuando éstos lo son en contadas ocasiones. Thomsom se quejaba hace años de que muchos de los registros de los museos no podían ser tenidos en cuenta debido a la ligereza con la que habían sido tomados. La mayor parte de los aparatos que prestan servicio jamás han sido calibrados o no con la periodicidad aconsejable e incluso he llegado a observar aparatos en los que las plumillas se mantenían con el seguro del fabricante, dando lecturas constantes y erróneas. En otras ocasiones los termohigrómetros analógicos son revisados con ayuda de aparatos electrónicos, de dudosa calidad --en principio, todos los aparatos electrónicos deben ser considerados poco fiables--. La instalación de registradores computarizados puede ayudar a solucionar este problema, ya que la calibración se realiza de forma más rápida y precisa, pero la práctica nos ha demostrado que no son ajenos a estas irregularidades y otras nuevas.

Bajo ningún concepto debemos caer en el error de considerar que las mediciones reflejan de modo exacto las condiciones ambientales de un área determinada. Un estudio sistemático de las condiciones ambientales de las salas del depósito general nº5 de la Biblioteca Nacional revelaron significativas diferencias entre 23 registradores colocados formando una retícula de 4x4 metros (Figs. 1 y 2) a causa de la escasa circulación del aire en una planta de depósito excesivamente compartimentada. Estudios similares se realizaron en otras salas, menos compartimentadas, mostrando un notable equilibrio (figs. 3 y 4). Por ello, antes de tomar ninguna decisión hay que plantearse hasta que punto los datos son fiables, ya sea por la calidad del registrador o por la colocación del mismo y en caso de que sean correctos, ver hasta que punto responden al conjunto, pues muchos problemas pueden aparecer a partir de una decisión errónea y enormemente costosa.

6. Conclusiones

La práctica del análisis ambiental es una de las más habituales en el mundo de la conservación. En el caso de las bibliotecas y archivos este trabajo debe ser prioritario para el departamento de conservación o en su defecto, de un responsable convenientemente formado en los problemas planteados. Como hemos visto las relaciones entre los libros y el medio ambiente son importantes a todos los niveles. Algunas de las consecuencias de un caos ambiental son visibles a corto plazo, en especial los cambios físicos de los pergaminos o la aparición de fenómenos de alteración microbiológicos, pero las más importantes --las reacciones químicas-- sólo se mostrarán al cabo de períodos largos de tiempo. Por ello es importante efectuar un control sistemático de los fenómenos, detectar los problemas y meditar soluciones a corto, medio y largo plazo valorando los recursos, las necesidades y las dificultades de aplicación. Antes de adoptar una medida costosa, debemos conocer los mecanismos que producen las condiciones observadas, el estado y disposición de las diferentes salas, procurando siempre, dentro de lo posible, reducir las fluctuaciones y los valores extremos para llegar a crear un medio ambiente equilibrado en consonancia con los valores en los que tradicionalmente se han conservado los materiales. Así mismo, debemos evitar caer en el error de intentar llevar las constantes a los márgenes establecidos -20ºC y 55% de HR- ignorando el precario equilibrio que haya podido crearse después de siglos. A partir de aquí no es difícil suponer que las prioridades se deben centrar en mantener las tasas libres de fluctuaciones incluso cuando las obras salen al exterior para ser mostradas en exposiciones temporales, siendo necesario obligar al organizador a mantener las piezas en el ambiente habitual de las salas de depósito.

Desde hace décadas se han buscado sistemas que permitan alargar significativamente la vida de los documentos poco permanentes. La desacidificación o la consolidación masiva constituyen soluciones costosas y practicables sólo en centros de gran envergadura y gran capacidad presupuestaria, por lo que trasladados a la realidad de la mayor parte de las instituciones culturales del mundo, son impracticables. Esto no ocurre con el control ambiental, puesto que con inversiones relativamente modestas podremos reducir enormemente las reacciones deteriorantes y eliminar de forma radical los peligros biológicos, los dos problemas más importantes a los que se enfrenta la cultura escrita.

Finalmente, queremos destacar que la necesidad de un replanteamiento de nuestra metodología se hace cada vez más patente. Hasta hace unos años, la práctica de la conservación documental requería grandes dosis de paciencia, de experiencia y una habilidad manual intachable, pero en los últimos años, el horizonte del conservador de bibliotecas se ha ensanchado enormemente. Cada vez es más importante el auxilio de otras disciplinas como la química, la biología o la informática y debe ser el restaurador, como verdadero conservador de los soportes, el encargado de reciclar la información para darle un contenido acorde a los planteamientos culturales de nuestro tiempo y las exigencias de los materiales de los que es responsable. La crítica expuesta sobre la metodología del estudio climático debe hacernos reflexionar sobre los problemas derivados de la adopción de marcos teóricos ajenos y plantea la necesidad de filtrar la información por el tamiz de un método ajustado a las necesidades de los conservadores, método que, por cierto, todavía está por delimitar.

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